«Cada uno de nosotros es todo un barrio, […], conviene que al menos tornemos elegante y distinguida la vida de ese barrio, que en las fiestas de nuestras sensaciones haya refinamiento y recato, y […] sobria la cortesía en los banquetes de nuestros pensamientos. En torno a nosotros, podrán las otras almas erigir sus barrios sucios y pobres; marquemos claramente dónde acaba y comienza el nuestro, y que desde la fachada de las casas hasta las alcobas de nuestras timideces, todo sea hidalgo y sereno, construido con una /sobriedad/ o sordina de exhibición. Saber encontrar a cada sensación el modo sereno de realizarse. Hacer al amor reducirse apenas a una sombra de ser sueño de amor, pálido y trémulo intervalo entre las crestas de dos pequeñas olas en las que da el claro de luna. Convertir al deseo en una cosa inútil e inofensiva, en una especie de sonrisa delicada del alma a solas consigo misma; hacer de ella una cosa que nunca piense en realizarse ni en decirse. Al odio adormecerlo como a una serpiente prisionera, y decir al miedo que de sus gestos sólo guarde la agonía en la mirada, y en la mirada de nuestra alma, única actitud compatible con el ser estética.»
