Charles Bukowski

Extractos de la obra «El capitán salió a comer y los marineros tomaron el barco» de Charles Bukowski

[…] Supongo que siempre hay algo ahí fuera con lo que queremos torturarnos. Y en el hipódromo sientes a los demás, esa desesperada oscuridad, y la facilidad con que tiran la toalla y se rinden. La gente que va a la carreras es el mundo en pequeño, la vida rozándose contra la muerte y perdiendo. Nadie gana finalmente; no hacemos más que buscar un aplazamiento, guarecernos un momento del resplandor. (Mierda, acabo de darme en el dedo con la punta encendida de mi cigarrillo, mientras divagaba sobre esta inutilidad. (Eso me ha despertado, ¡sacado de este estado sartreano!) Bueno, necesitamos humor, necesitamos reírnos. Yo solía reírme más, solía hacer más de todo, excepto escribir. Ahora escribo y escribo y escribo, cuanto más viejo soy más escribo, bailando con la muerte. Buen espectáculo. Y creo que lo que hago está bien. Un día dirán «Bukowski ha muerto», y entonces seré descubierto de verdad, y me colgarán de brillantes farolas apestosas. ¿Y que? La inmortalidad es el estúpido invento de los vivos. ¿Veis lo que hace el hipódromo? Hace que fluyan las líneas. Relámpagos y suerte. El canto del último pájaro azul. Cualquier cosa que diga suena bien porque apuesto cuando escribo. Hay demasiados que son demasiado cuidadosos. Estudian enseñan y fracasan. Las convenciones los despojan de su fuego.

[…] Y Mahler suena en la radio se desliza con tanta fluidez, corriendo grandes riesgos, a uno le hace falta eso, a veces. Luego te mete esas largas subidas de potencia. Gracias, Mahler, tomo prestado de ti pero nunca te lo puedo devolver. Fumo demasiado, bebo demasiado, pero no puedo escribir demasiado, no hace más falta que seguir fluyendo, y yo pido más, y viene más, y se entremezcla con Mahler […]

[…] No ha habido caballos hoy. Me siento extrañamente normal. Sí porque Hemingway necesitaba las corridas de toros, le servían para marcar el cuadro, le recordaban dónde estaba y lo que era. A veces nos olvidamos, mientras pagamos los recibos del gas, cambiamos el aceite… La mayoría de la gente no está preparada para la muerte, ni la tuya ni la de nadie. Les sobresalta, les aterra. Es como una gran sorpresa. Demonios, no debería serlo. Yo llevo la muerte en el bolsillo izquierdo. A veces la saco y hablo con ella. «Hola nena, ¿qué tal? ¿Cuándo vienes por mí? Estaré preparado.»

No hay que lamentarse por la muerte, como no hay que lamentarse por una flor que crece. Lo terrible no es la muerte, sino las vidas la gente vive o no vive hasta su muerte. No hacen honor a sus vidas, les mean encima. Las cagan. Estúpidos mentecatos. Se concentran demasiado en follar, ir al cine, el dinero, la familia, follar. Sus mentes están llenas de algodón. Si tragan a Dios sin pensar, se tragan en la patria sin pensar. Muy pronto se olvidan de cómo pensar, dejan que otros piensen por ellos. Cerebros están rellenos de alcornoque. Son feos, hablan feo, caminan feo. Ponles la gran música de los siglos y no la oyen. La muerte de la mayoría de la gente es una farsa. No queda nada que pueda morir. […]

[…] Cuanto más viejo es un escritor, mejor debería escribir; has visto más, sufrido más, perdido más, estás más cerca de la muerte. Esta última es la mayor ventaja […]

[…] No hay derrota posible en la escritura; para que vean los dedos de tus pies mientras duermes; te hará dar zancadas de tigre; te encenderá los ojos y te pondrá cara a cara con la Muerte. Morirás como un luchador, serás honrado en el infierno. La suerte de la palabra. Ve con ella, envíala […]

[…] Creo que la multitud, esa multitud, la Humanidad, que siempre me ha resultado difícil de soportar, está ganando finalmente la partida. Creo que el gran problema es que para ellos todo es una repetición de la jugada. No tienen frescura. Ni el más pequeño de los milagros. Se arrastran hacia adelante y me pasan por encima. Si tan sólo, por un día, viera a UNA persona hacer o decir algo que se saliera de lo habitual, me ayudaría a sobrellevar las cosas. Pero están rancios, llenos de mugre. No hay la más mínima elevación. Ojos, orejas, piernas, voces, pero… nada. Se coagulan dentro de sí mismo. Se engañan para ir tirando, fingiendo estar vivos […]

[…] Las películas son igual de malas. Escucho óleo a los críticos. Una gran película, te dicen. Y voy a ver la mencionada película. Y me quedó allí sentado, sintiéndome un maldito imbécil, sintiendo que me han robado, engañado. Ya sé lo que va a pasar en cada escena antes de que ocurra. Y las previsibles motivaciones de los personajes, lo que les impulsa a actuar, lo que buscan, lo que consideran importante, están baladí y patético, tan burdo y aburrido. Las escenas de amor son mortificantes, anticuadas, papilla preciosista.

Creo que la mayoría de la gente ve demasiadas películas. Y los críticos, desde luego. Cuando dicen que una película es muy buena, quieren decir que lo es en relación con las demás películas que han visto… Han perdido la perspectiva. Cada vez los golpean más y más películas. Ya no disciernen, se han pedido en la maraña. Han olvidado lo que realmente apesta…

Fragmentos de «El capitán salió a comer y los marineros tomaron el barco»; Charles Bukowski.

— By Aldana Muñoz.

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