De pueblo— By Graciela Actis


Soy del lugar donde nos veíamos crecer unos con otros, sabiamos los nombres de cualquiera que saludabamos y siempre había manos tendidas.

Volver al barrio de mi infancia me produce emociones incontrolables, me traslada a risas y juegos de a muchos, de mucha inocencia y nada de maldad.

Crecí con doña Cacho y el Negro, con la Clenys y José, con don Felipe y doña Juana, los más cercanos a mi casa, y podrá pasar la vida a una velocidad extrema, pero  nada en el mundo me borrará sus rostros y voces.

Podíamos caminar por esas calles sin miedo alguno, nos sabíamos protegidos por todos.

Las bromas inolvidables de la Cacho, que luego fue la suegra de mi hermana y abuela de mis sobrinos.

Los noviazgos entre vecinos, ¡que tema!  Como olvidar que hubo varios matrimonios en esa cuadra, y siguieron floreciendo retoños.

Al frente mi escuela, de amarillo vivaz pintada,  nos esperaba por las mañanas.

La placita y los juegos a la pelota, también lugar de citas de enamorados, los cines de domingos por la tarde, luego un ratito en la Sede de mi club, y las mejillas sonrosadas si entraba el chico que nos gustaba.

En mi barrio se baldeaba las veredas, en otoño se juntaban las hojas y las madres conversaban escobas en mano, (que  cuando llega la cigueña para su hija, que si ya volvió del servicio miltar su hijo, que si la vecina discutió anoche con el marido, que aumentó la verdura en el mercado)
Miles de ésas imágenes y conversaciones revivo si camino por mi pueblo.

Soy de pueblo chico que fue creciendo, ya  casi a nadie reconozco, pero el placer de volver y a los de siempre encontrar, me ayudan a no sentir tanta soledad.

Ser de pueblo es tener una memoria peligrosa, porque sabemos comparar, no nos pueden engañar, podemos diferenciar.

Los que ya se fueron de algún modo siempre están, cuando los nombramos con ternura serán los que nos sacan sonrisas y la vida vuelve atrás, en forma de niños jugando y gritando, se vuelven a oir las charlas aquellas, las manos de madres peinando trenzas. Se cuela en la tarde un pedazo de tiza trazando las primeras letras, se oyen pasos en los largos pasillos de la escuela.
Suena una campana a lo lejos, apuro el paso y regreso.

Estuvo hermoso el paseo, volveré otro día cuando duela el alma.
Porque sí, soy de pueblo y lo seré hasta que un día se apague mi mirada.

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