Testigos— By Germán Krebs




Buenos Aires duerme. Domingo a las diez de la mañana. Suena el timbre de la puerta cuando me estoy sacando la última lagaña. Por la mirilla veo una pareja muy prolijita con ropa formal. Ambos llevan una carpeta gorda bajo el brazo. Parecen oficinistas. Puteando bajito pienso que son los Testigos otra vez. Ya no sé como fumigarlos. Les he dicho que soy agnóstico y que no me interesa su mensaje ni sus «buenas noticias para la familia» o el «mensaje del Señor». Abro la puerta preparado para rechazarlos cuando me sorprenden.


—No somos de los Testigos.

Contrariado pensé que serían de alguna otra congregación, pero cuando me rearmaba para despacharlos me sorprendieron de nuevo.

—Somos de la ONG «Cerberus» dedicados al bien público. No venimos a pedir nada. Venimos a ofrecerle soluciones y perspectivas de futuro.



Quedé sorprendido y pensé que si no pedían nada no tenía mucho que perder. A lo sumo perdería algunos minutos escuchando su propuesta.

En primer lugar me dieron una tarjeta de presentación. Tenía una silueta de un perro y el nombre de la ONG. La dirección era en Avenida de Mayo al mil trescientos, en el Palacio Barlo,  y figuraba un teléfono. Siguieron explicando.



—Nuestra especialidad es generar cadenas solidarias de colaboración. Nuestro lema es «Favor con favor se paga». Usted participa recibiendo ayuda de otros y queda comprometido a seguir la cadena de colaboración ayudando a otros.


Me pareció una idea interesante, por lo menos, para explorarla. Decidí escuchar un poco más.



—Piense en algún proyecto personal que no pueda lograr solo. Vaya a plantearlo a nuestra oficina y buscaremos alguien que colabore con usted.


—Y la cadena de colaboración ¿nunca se corta? ¿nadie incumple?.


—Nuestra metodología es a prueba de abandonos o renuncias. Hasta ahora nadie ha faltado a su compromiso. Se firma contrato con el escribano Cerberus, el titular de la ONG. Para concertar una entrevista pregunte por nuestros secretarios Lucy y Fer, llamando al número que está en la tarjeta y el interno 666.


Dejé la tarjeta sobre la mesa y me volví a la cama. El lunes me decidí, tomé la línea «A» del subterráneo y me fui al centro. Bajé en la estación Sáenz Peña. Subiendo por la escalera mecánica ya divisaba la imponente y conocida imagen del Palacio Barolo. En la galería de planta baja, en el pasaje central, hay unas bóvedas de acceso que representan el infierno del Dante. Pregunté a alguien que parecía trabajar ahí. Le mostré la tarjeta y me indicó ir a un subsuelo y preguntar por Caronte.



Cuando estaba llegando al subsuelo sonó un timbre, como una alarma. Me asusté mucho. Miré a mi alrededor y me di cuenta que estaba en mi cama. Había sonado el despertador. Eran las diez de la mañana. No entendía muy bien. En ese momento suena el timbre de la puerta. Paso por el comedor a ver la tarjeta que me habían dejado. No estaba. No entendía nada. Observé por la mirilla de la puerta y vi una pareja. Abrí de mal humor para ver que querían.



—Buen día. Somos Testigos y traemos el mensaje….

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