Poetas Chilenas: Gladys González

Gladys Gonzalez nació en Santiago de Chile en 1981. Ha publicado Gran Avenida (2004) Aire Quemado (2009) Calamina (2014) entre otros. Es doctora y magíster en filología hispánica y se ha desempeñado como gestora cultural. Su poesía se dedicó al retrato de ciertos límites urbanos. Los bares y las esquinas, el neón, el alcohol y sus adeptos son una constante dentro de su poética presentada en postales, paisajes que se encargan de capturar estas atmósferas en claroscuros; dónde el dolor es ensamblado con la belleza de sus consecuencias. Estos poemas son de su poemario Bitácora (2018).

Bitácora

seis duelos 
en veintisiete días

la palidez
del cortejo fúnebre
en un verano caluroso

una plaga
y un germen 
que se arrastra
de una ciudad 
a otra

flores marchitas
en tambores de metal 
olor a sulfato
huevos de caracol
larvas
y moscas
de cabeza roja
anteceden
el trayecto al nicho

el arte de perder
no resulta difícil
con esa bitácora
que lanza
tierra abajo
las huellas
de un tiempo

practicar
la locura
la intensidad
el exceso
y la insensatez
como lecciones
abrazando esa oscura noche
se vuelve
más sensato 
que el pan 
fallido
de la linealidad

todas las bestias
sedientas 
vagabundas
aterradas
con la palabra familia
y los onomásticos
en habitaciones vacías
nos reuniremos
tempranamente
reconociéndonos
con la pasión 
de la mirada
agitando 
el capote de los huesos
con la melancolía de la cobra

en esa
última
y gran 
broma final

Navaja

un bar  vacío 
el silencio
como un eco
de lo que hay adentro

el bullicio
como un recuerdo
de lo que flota
en el aire

las luces encendidas
las cortinas metálicas
abajo
los candados oxidados
por la sal

los avisos de gaseosas
la publicidad de cervezas
los calendarios desfasados
entre el tiempo
y el polvo
enmarcados
en la grasa de la pared

el brillo frágil
de un par de alas
de moscas
atrapadas
en las pelusas
y telarañas
del techo

la derrota
de la seguridad
vibrando 
como la fotografía
de un antiguo amor
que se vuela
entre los dedos
al cruzar el mar
en un ferry
huyendo
a cualquier lado

el problema
no es el lugar
sino uno mismo
tragándose
el alcohol
y la cocaína
tragándose
la elección de una vida
por el patio trasero
del lado salvaje

el ruido de la calle
el frío 
el delicioso silencio
de un bar cerrado

dos copas
que se chocan
el olor dulce
del bourbon

una mesa
y caminos blancos
que no conducen
a nada
salvo
a un subterráneo 
empapelado con queloides
y el canto 
destemplado
del pájaro de la locura

cierta melancolía
entre el deber
y el placer
de vagar

de perder el tiempo
de continuar
la ironía
hasta desangrarse

tatuarse
con una navaja oxidada
la misma historia
sin goce
de saborear
la médula de la vida

hasta volverse
un idiota

Ruina

una canica de piedra
un colchón roído
una palita de plástico
una chaqueta de tweed
perforada por gusanos de tierra
una ficha de videojuego
un vinilo roto
una alfombra roja
dentro de un tuvo de pvc
una cuchara de bronce
un camión amarillo de plástico
una bacinica
tejas de barro cocido
un televisor roto
una pistola de agua
una foto antigua
con una mujer sonriendo
un oso de goma
zapatos café
un soldadito de resina 
un manojo de llaves oxidado

una pizarra de juguete
enmohecida 
con el dibujo 
deslavado 
a tiza
de una casa

Neón azul

un hombre
se apoya
bajo el destello azul
de un neón

la chaqueta de paño
roza la pared

hace caer
la pintura reseca
y carcomida
de la fachada del bar

acaricia
el lomo de un perro

la luz azul 
perfila 
su rostro anguloso
y el tatuaje 
de un ancla

en el cuello
hace una fogata
y narra su historia
a un anciano
que duerme 
tapado
con cartones y plástico

recuerdos familiares
una casa 
una hija
una botella 
de licor de manzanilla

un llanto contenido
hipotermia

un sitio eriazo
adobe
y vigas oxidadas
que sostienen
en diagonal
las paredes
de un estacionamiento
abandonado


las cenizas sobre el rostro
un pequeño bulto humeante
sin identificación 

la madrugada
solo trae silencio

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