Esther vive en Colonia del Sacramento, a orillas del Río de la Plata. Ella llegó desde su Turquía natal huyendo de crisis y guerras que asolaban al Viejo Mundo. Le está cantando a su pequeña para que tenga hermosos sueños. Mientras la niña se duerme ella prepara los dulces para recibir el nuevo año en la reunión familiar de Rosh Hashaná. Está moliendo nueces y almendras con el almirez para preparar mostachudos, mogadós y trabaditos.
Entre recuerdos de su infancia va cantando el antiguo romance del enamorado y la muerte
Te echaré cordón de seda
Para que subas arriba
Y si el hilo no alcanzaré
Mis trenzas añadiría
Con los mismos versos y melodía fue acunada Esther y su madre, también la abuela y tantas generaciones sefardíes que son incontables. Han perdido los detalles de su historia de expulsión de Sefarad y su dispersión alrededor del Mediterráneo pero no han perdido el canto. Porque ese canto es parte de su memoria y de su identidad.
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Patricia Krebs lo ilustró y lo presentamos en un concurso de microrrelato ilustrado.
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