El túnel— By Marcos B. Tanis

Siempre quise aventurarme solo en lugares que han sido abandonados (me refiero a pueblos, no trenes ni barcos o edificios) y cuando me dijeron sobre éste sitio en el centro de un espeso bosque del interior del país, no dudé en aceptar descubrirlo.

Llegó aquel sábado de abril y cargué mi equipaje: cámara, linterna, cantimplora, todo tipo de cremas, herramientas de supervivencia y un mapa impreso con la geolocalización. Lo sé, ahora existe el GPS y toda la tecnología actual que me facilitaría mucho llegar allí, pero me quisiera meter de lleno en la piel de un verdadero explorador y entonces me inclino siempre por lo antiguado. Por cierto, antiguado que me funciona de maravillas.

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Viajé casi seiscientos kilómetros de Asunción hasta mi próximo destino y cuando avisté el lugar, sonreí por el nuevo descubrimiento. En la entrada misma había un cartel de metal, todo corroído y oxidado por el inexorable paso del tiempo y el camino en un momento dado se hacía intransitable. De modo que tuve que aparcar mi vehículo y no tuve más remedio que caminar los otros distantes kilómetros.

Tras desdoblar el mapa, marqué mi punto actual y seguí. Observé el camino que dejé y mis huellas se impregnaron al barro y ni qué decir como dejaron sucias mis botas. Seguí caminando, la mochila se hacía cada vez más pesada y ya había tomado la mitad del agua de mi cantimplora.

A los costados del camino se podía oír ramas resquebrajándose y las onomatopeyas de distintas aves que antes no había oído. Era tétrico, sin embargo, debía continuar.

Según el mapa faltaba muy poco para mi destino y para llegar hasta allí, antes debía cruzar por un túnel que apareció en medio de la nada. Desde mi posición se podía apreciar la luz que me indicaba el otro lado de la salida y me detuve porque presentía algo malo. No sé qué era, pero algo me decía que no siga caminando. Para colmo, no tenía señal y el sol me dejó quemaduras en los brazos.

Me acerqué hasta el umbral y noté que había agua estancada, como si fuera de una reciente lluvia —empecé a calcular las posibilidades—, luego proseguí.

Me paré después de ingresar al túnel y tras ahuecar ambas manos y acercarlos a la boca. Produje un sonido para saber si dentro se podía oír mi propio eco.

            —¡EEEOOOO!

            Tras unos segundos el eco volvió y otro detrás. Parecía la del coro sinfónico y antes que se acabase el sonido, produje otro más. ¡AAAOOO!, enseguida se repitió de todos lados. Sonreí, a pesar del repentino miedo que acudió a mí, ahora me estaba riendo conmigo mismo por la experiencia de las voces en las paredes.

            Sin darme cuenta ya llegué a la mitad del túnel y me detuve cuando escuché lo que parecía una cascada o un manantial. Acto seguido, miré el techo y vi que goteaba «ni siquiera estaba lloviendo», pensé. Aunque sí, había restos de una lluvia reciente. Luego extendí el brazo para sentir el pequeño chorro; era frío y limpio. Me gustó y tuve que refrescarme un poco el rostro.

            En ese ínterin los ecos volvieron, era extraño porque era mi voz, pero ¿cómo podría ser esto?, la sonrisa se me desdibujó y se insertó de golpe el miedo.

            —¿Quién anda ahí? —pregunté, mientras que el miedo hacía estragos.

            El eco volvió, preguntando lo mismo, ¿Quién anda ahí? (Bis x 3) mientras de fondo, la lúgubre voz anterior desaparecía poco a poco. Como no recibí respuestas, giré sobre mí mismo y decidí que era mejor escapar.

            Faltaba muy poco y de repente… la silueta de alguien apareció en frente de mí. Estaba desnudo, con su miembro colgándole de él. Tenía símbolos extraños transcriptos en casi todo su cuerpo y una especie de cuernos hechas con ramas viejas. Se quedó allí parado, observándome, ni siquiera produjo sonido alguno, solo me observaba y aguardaba que yo siguiera el paso o que lo desafiara… tal vez.

            Sustraje mi teléfono y simulé que llamé a la policía. No funcionó.

            Ahora apareció otro tras de mí y otros más que salieron de sus escondrijos desde dentro del túnel. También había mujeres y una de ellas parecía estar embarazada.

            —¿Qué está ocurriendo?, ¿qué buscan? —pregunté y como era obvio, no obtuve respuestas.

        » Les entregaré mi mochila y dinero —ofrecí en un intento desesperado por salvarme. Nada.

            Las voces empezaron a reproducir el sonido que supuse era mi eco, se podía oír como si fueran los míos propios y escuché pisadas sobre el agua estancada que iban aproximándose hacia mí. Saqué mi teléfono y filmé unos segundos antes de que las figuras y el que parecía el líder, me tomaron al mismo tiempo.

            Peleé sin sentido, eran demasiados contra mí y solo me entregué a mi destino.

            Cinco años más tarde, dos turistas encontraron un teléfono dentro del túnel. Era obvio que estaría estropeado y ni siquiera encendía más. Sin embargo, cuando conectaron al cargador, éste respondió y cuando revisaron la galería de imágenes y videos, se encontraron con una grabación espeluznante.

            Cuando el video se colgó en YouTube, muchos decían que solo era un falso documental para ganar likes y que esa supuesta tribu no existía. Porque después fueron otras personas que intentaron confrontarse y nadie encontró nada extraño. Solo esa evidencia y una supuesta logia que generaba más dudas que credibilidad.

           

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