El hombre del paraguas— By Marcos B. Tanis (Paraguay)



Seis grados, lluvia pequeña pero continua, viento frío y las manos las llevaba heladas dentro del bolsillo. Ese día fue muy ajetreado en la oficina y solo quería ver mi cama, para acobijarme con mi edredón mientras que Bea (mi gata) ronronea a mi lado.

            Tuve tanta mala suerte que, cuando iba a cruzar la calle, un automóvil me salpicó con la lluvia del asfalto y cuando llegué a la parada de autobuses, para colmo, estaba repleto de gente. Ni siquiera haciéndome la prepotente entraría entre ese hatajo de personas que buscaban también cubrirse del frío temporal.

            No me quedó más remedio que aguardar a la intemperie y solo me crucé de brazos en mi rol de aceptación. Los autobuses venían repletos y las personas que aguardaban al igual que yo, tampoco tenían posibilidad alguna de subirse por lo cargado que estaban.

            Proferí maldiciones en silencio y en ese lapso, alguien se me acercó con un paraguas oscuro y me cubrió. Al principio me asusté, sin embargo, al ver sus gestos, dejé que se acomodara a mi lado. Nos mantuvimos en silencio, como dos novios que están peleados pero que no se separan por ese hilo de amor que los une. Tampoco él buscó temas de conversación y no me indicó que estaba siquiera interesado en entablar algo conmigo.

            Hasta dudé si era mudo o algo por estilo. Miraba de vez en cuando de reojo para ver algún tipo de reacción de su parte. Nada. Me pareció detallista, hasta el punto de parecérseles a esos hombres que aún mantienen los dotes de educación sin interés modificable. Era serio, elegante. Me gustaba nuestro escenario y fantasear con lo inaudito.

            Conforme pasaban los minutos y cuando las personas iban marchándose de la parada, tuve la posibilidad de ocupar esos lugares que estos habían abandonado. No obstante, me gustaba estar allí con aquel extraño, era nuestro silencio, me sentía protegida y si él se sentía cómodo así, tampoco necesitaba que me dijera nada. 

Por dentro anhelaba que esperásemos el mismo autobús. «Tal vez cuando nos sentemos juntos, hasta podríamos intercambiar nuestros teléfonos», pensé.  

Después de unos minutos de espera, un chófer del bus de la línea 213, aparcó en frente de nosotros, abrió la puerta y acto seguido, subí.

            Luego giré, con la esperanza de que él también se subiera al mismo autobús. Pero no ocurrió. Solo vi que giró sobre sí mismo y se alejó de allí como el extraño que siempre fue. 

            Cuando me acomodé en un asiento que me cedió otro hombre, sonreí por el hecho de que en ningún momento hablé con aquel sujeto y lo más anecdótico de este día, que el hombre del paraguas solo esperó que yo me suba y después se marchó.

©2024 Marcos B. Tanis

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