Que las hay, las hay (cuento)— By Germán Krebs

Desde que enviudé salgo diariamente a pasear con Tom, mi rottweiler. Como trabajo hasta primera hora de la tarde, últimamente voy a la plaza hasta el atardecer. Llevo un libro y me distraigo un rato viendo a la gente. Siempre observo varias personas que van habitualmente. Con algunas nos saludamos cotidianamente. Aún no soy viejo y no he perdido la esperanza de encontrar una nueva relación.
Esa tarde estaba en el banco de siempre. Percibí que alguien se sentaba a mi lado. Era una mujer, aparentemente unos años menor que yo, cebándose un mate. Era de presencia agradable y atractiva. Seguí leyendo mientras Tom andaba olfateando por ahí.

Al rato, inesperadamente, la mujer me hizo una pregunta.

—Disculpe ¿de qué signo es?

—Tauro ¿por qué?

—¿Y en el horóscopo chino?

—Tigre creo ¿por qué?

—Coinciden. Los de Tauro son prácticos, organizados y respetuosos de las reglas. Los que son Tigre necesitan la admiración de los demás. Me parece que usted reúne todas las cualidades.

—Me parece un comentario superficial. Usted no me conoce.

—¿Cómo se llama?

—Beto ¿y usted?

—Yo Elsa. Me parece que a usted le molestan mis comentarios.

—No. Es que no entiendo como la gente puede creer en esas paparruchadas.

—¿Cómo sabe que son pavadas? Hay coincidencias que van más allá de lo racional, de lo científico. Además, las constelaciones tienen un orden, reglas, de esas que, seguramente, a usted le deben importar.

Me di cuenta que se estaba fastidiando. Tomó un mate y junto sus cosas.

—Bueno, me voy. Buenas tardes.

—Elsa, no fue mi intención molestarla.

Hizo un gesto de amable saludo y se fue. En realidad, me agradaba, pero me molestaban sus supersticiones.



A la noche fui al bar. Me encontré con Cacho. Mientras tomábamos un café le conté la anécdota de esa tarde. Su respuesta fue lapidaria.

—Sos un pelotudo. Te quejás de que estás solo y a la primera mujer que tenés cerca la fumigás.

Salí enojado. No sé si con Cacho o conmigo. Tal vez con ambos.

En los días siguientes no vi a Elsa por la plaza. Yo seguía mordiendo mi bronca y extrañando su presencia.

Un día, como de la nada, apareció Elsa. Se sentó en el banco y me dio charla.

—¿Cómo anda el escéptico y descreído?

—Bien ¿y usted?

—Bien. Vine a ver si le ayudaba a superar el mal humor y el escepticismo.

—¿Cómo lo va a hacer?

—Le traje unos dulces que preparé yo misma.

—¡Gracias! Me parece excesivo, con lo antipático que fui.

—No se preocupe. Estos dulces son especiales para descreídos.

Eran unas masitas muy ricas. Me puse contento. Elsa había superado mi maltrato. Ahora me crecían las esperanzas de iniciar una amistad con ella y después quien sabe.

Mientras comía las masitas, Tom se acercó a pedir su parte y Elsa asintió con un gesto.

—Le puede dar alguna al perro. Le van a gustar.

Efectivamente Tom las devoró con entusiasmo. Se relamía. Yo pensaba en contarle a Cacho mi progreso en la relación con Elsa cuando, con una sonrisa, me preguntó:

—Beto ¿cómo sabe que no le estoy haciendo un gualicho?

—Bueno, no quiero molestarla de nuevo, pero no creo en eso.

—¿Usted no cree que puedo ser una bruja?

Me reí mucho mientras Elsa me miraba con curiosidad. Le contesté bromeando.

—No la veo volando con la escoba. Tampoco es vieja y con nariz de gancho.

—Claro, no entro en el estereotipo de los cuentos infantiles. O sea que usted creería en esa posibilidad si yo coincidiera con esa imagen de ficción.

—No, no es eso. Hice una broma porque no creo en esa posibilidad.

—¿Usted no cree en cosas que no puede ver? ¿Se guía solo por las apariencias, por lo que usted llama “los hechos” o por la lógica?

—No es así. Creo en la energía, en los sentimientos, en muchas cosas intangibles.

—¿Y porque no en la magia o la brujería?

No supe que contestarle y traté de no molestarla nuevamente. Seguimos en silencio largo rato hasta que nos despedimos amablemente.



En los días siguientes no volví a ver a Elsa. No venía a la plaza. Me preguntaba si yo la habría molestado nuevamente. Repasaba nuestras conversaciones y no encontraba explicación para su ausencia.

En el ínterin tuve que llevar a Tom al veterinario. Le salieron dos protuberancias simétricas en la frente, al lado de las orejas. El veterinario lo revisó, sacó una radiografía y diagnosticó que se trataba de una hiperqueratosis benigna. Parece ser frecuente aunque, en general, son más chicas. Lo que manifestó el veterinario es que no había antecedentes de la aparición de dos “cuernitos” simétricos.

Cuando volví a casa encontré un sobre bajo la puerta. Adentro había una carta.



“Hola Beto. Espero que lo que le ha sucedido a Tom le haga cambiar de parecer. Usted me cae bien. Me da un poco de pena que sea tan escéptico. He tratado de dejarle una demostración, un hecho como le diría usted, con el mínimo de daño. Un abrazo. Elsa.”



Durante mucho tiempo pregunté por Elsa a los visitantes habituales de la plaza. No solo no la vieron, tampoco recordaban haberme visto con ella. Me di cuenta que pensaban que estaba chiflado y todo era fruto de mi imaginación.

Sigo yendo diariamente a la plaza, leo algún libro, espero a Elsa y acaricio los cuernitos de Tom. El olfatea por los rincones y, cada tantos días, me trae una masita, como las de Elsa, que no sé de dónde la saca. No sé qué pensar. Dudo de mis propios recuerdos y no me animo a contarle a Cacho.

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