Algunos de mis restos arqueologicos— By Germán Krebs



Desde chico me gustó dibujar. Hasta la adolescencia dibujaba y luego rompía y tiraba los dibujos. Siempre los consideraba borradores. Mi familia lo tomaba como otro juego o entretenimiento. En el secundario tenía dibujo como asignatura. Me tocó como profesor Mario Galup. Los alumnos, a sus espaldas, lo apodaban Puchito. Era un prestigioso artista, arquitecto y escenógrafo en el teatro El Galpón, en Montevideo. Allí funciona hoy una Escuela de Artes Escénicas que lleva su nombre.

Él observaba con mucha atención los trabajos de los alumnos. Un día me asombró diciendo que me veía aptitudes y me ofrecía entrar como discípulo en su taller, sin costo alguno. Le contesté que lo debía pensar y consultar con mi familia.

Volví contento a casa a contarles a mis viejos. Me escucharon atentamente. Luego, en medio de suspiros, comenzaron a comentar con suavidad la novedad.

Trataron de hacerme ver que el dibujo y la pintura eran un maravilloso entretenimiento pero dudosamente un medio de vida. Propusieron que lo mantuviera como hobby y que aprovechara esas condiciones naturales para alguna carrera seria y útil. Sutilmente me recordaron que ellos me mantenían esperando que un día pudiera solventarme solo. No me pareció desacertado el comentario. Además, el viejo era tenor lírico y necesitaba otro trabajo para mantener la casa.

Yo siempre tuve intereses dispersos. Una especie de zapping mental. Me resultó fácil pensar alternativas. En la clase siguiente el profesor me preguntó si lo había pensado. Con la torpeza propia de mi adolescencia le contesté que sí pero que iba a aprovechar mi aptitud natural para alguna carrera útil. Galup quedó sorprendido por la respuesta y no volvió a hablar del tema.

Yo seguí dibujando y rompiendo dibujos.

En esa época ya hacía tiempo que me habían asaltado mis intereses científicos. Estos fueron estimulados por mis padres que, seguramente, les verían más porvenir práctico. Primero fue la física, luego la química. Finalmente me decidí por la química. Seguía dibujando y rompiendo dibujos. Con la química entré a la facultad y me orienté a los cálculos teóricos y de ahí a la computación. Paralelamente traté de participar gremial y políticamente. Fui combinando intereses. Mientras tanto, seguía dibujando y rompiendo dibujos.

Así hasta los veintipico. Luego dejé de dibujar. La cabeza no me daba para todo. De mis dibujos solo quedan unos residuos arqueológicos que Matilde me sacó de las manos y los salvó. Aquí van.



A mis veinte años, estudiando química (foto original blanco y negro, coloreada por software).
En la pared tres de mis dibujos (un árbol, una cara mitad calavera, una mano) hechos con bolígrafo. Más arriba una pintura que hice con pigmentos y goma laca sobre espuma de poliestireno (Tergopol, Espumaplast).



Detalles sobre la repisa. A la izquierda de la linterna un reloj embutido en un cubo de vidrio azul, que me acompañó desde los seis años. Hacia la derecha lapices y pinceles. Luego una brújula que no se distingue porque está acostada. Después el estuche de cuero de  mi máquina de fotos reflex, delante del retrato de Einstein que, aunque no se ve, está sacando la lengua. Luego, de costado, el despertador.


Único dibujo sobreviviente, rescatado por Matilde, crayon negro sobre una cartulina.

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