
Desde su posición marginal, el discurso de los personajes está enmarcado por sistemas de poder, ya que, como establece Foucault en El orden del discurso, su está a la vez controlada, seleccionada y redistribuida por un cierto número de procedimientos que tienen por función conjurar los poderes y peligros, dominar el acontecimiento aleatorio y esquivar su pesada y temible los locos y el reconocimiento de éstos como tal permiten la construcción de nuevos discursos que se resisten a los marcos de referencia y los transgreden, en la medida que se posicionan fuera de los mismos y cuestionan la manera en la que se ejerce el poder por medio de éstos. El espacio referencial de la obra se articula a través de los discursos generados a partir del primer crimen que se presenta en Los siete locos, el fraude de Erdosain a la Compañía Azucarera. Por lo tanto, los marcos de referencia son el trabajo y el matrimonio.
A partir de la descripción del
direjabalí, pelo gris cortado a lo Humberto I , y una mirada implacable filtrándose Erdosain constituye una mecánica grotesca del poder, ya que posiciona al sistema en una posición marginal al situar al personaje que lo representa entre lo animal y lo humano.
En primer lugar, al constituirse como sujetos marginales, la locura de los personajes se convierte en un espacio de resistencia, puesto que su discurso no es dicotómico, sino que se convierte en un punto de encuentro entre categorías que el propio sistema excluye. Al posicionarse fuera de la dialéctica, el lenguaje mismo es puesto en tela de juicio , por lo que afirma la diferencia y, a su vez, la cuestiona (Foucault, 1999: 167-171). En la obra, la locura no se sentía un placer inmenso en simular un estado de locura, placer que comparaba al del hombre que habiendo bebido un vaso de vino finge que está borracho ante sus amigos, para inquietarlos simulación de la locura se plantea como una postura política que consiste en poner en crisis al sistema de poder, a partir de la apropiación del lenguaje de los excluidos por parte de los personajes y la puesta en escena de este discurso.
Así pues, al designar la forma vacía del lenguaje, la locura adquiere la posibilidad de modificar tanto los valores y significaciones del discurso como el sistema de poder que éste representa (Foucault, 1999: 276).Por otra parte, la representación del discurso del loco llevada a cabo por los personajes no sólo los constituye como tal, sino que también les permite reconocerse como monstruos. En la obra «la locura» no se representa como una patología sino como una decisión consciente: «sentía un placer inmenso en simular un estado de locura, placer que comparaba al del hombre que habiendo bebido un vaso de vino finge que está borracho ante sus amigos, para inquietarlos.»
De esta manera, la simulación de la locura se plantea como una postura política que consiste en poner en crisis al sistema de poder, a partir de la apropiación del lenguaje de los excluidos por parte de los personajes y la puesta en escena de este discurso.
Así pues, al designar la forma vacía del lenguaje, la locura adquiere la posibilidad de modificar tanto los valores y significaciones del discurso como el sistema de poder que éste representa (Foucault, 1999: 276).
Por otra parte, la representación del discurso llevada a cabo por los personajes, no solo los constituye como tal, sino que también les permite reconocerse como monstruos. En Los anormales, Foucault diferencia entre la monstruosidad biológica y la monstruosidad moral, referida a la conducta y no a la naturaleza del sujeto. La monstruosidad de los personajes de las novelas de Arlt no supone una violación a las leyes de la naturaleza, sino contra los sistemas de poder regidos por la sociedad que habitan.

Además de su criminalidad, «la propiedad del monstruo» consiste, precisamente, en afirmarse como tal, explicar en sí mismo todas las desviaciones que pueden derivar de, pero ser en sí mismo inteligible.
(Foucault, 2001: 62-63). Además de que en el plano diegético, lo monstruoso constituye un patrón semántico en la obra, dado que los personajes se definen a sí mismos por medio del discurso de sus crímenes, su monstruosidad comporta una resistencia a los marcos de referencia, en la medida que señala tanto la fragilidad como el carácter arbitrario de los mismos. Por ejemplo, en la conversación que mantiene Elsa con el narrador-comentador en Los Lanzallamas, ella hace explícita la manera en la que la monstruosidad de su marido ha transgredido su matrimonio, por lo cual sólo puede definirlo mediante las categorías de la ¿Se da cuenta qué loco es mi
marido? ¡Ah, Dios mío!… ¡Qué hombre!… ¡Qué monstruo! Un monstruo, sí, no puedo decir otra cosa»…
Asimismo, al denominarse entre ellos como monstruos, el discurso de los locos da cuenta de su proyecto de transgresión y, al mismo tiempo, evidencia que su monstruosidad es producto del sistema de poder:»Yo creo en un único deber: luchar para destruir esta sociedad implacable. El régimen capitalista en complicidad con los ateos han convertido al hombre en un monstruo escéptico, verdugo de sus semejantes por el placer de un cigarro, de una comida o de un vaso de vino. Cobarde, astuto, mezquino, lascivo, escéptico, avaro y glotón, del hombre actual debemos esperar nada. (Arlt, 2000: 306).
El discurso del Astrólogo expone que, si bien su carácter monstruoso se debe al capitalismo, la destrucción de éste sólo puede darse a partir de la formación de otro estado. Sin embargo, este nuevo orden sólo se representa de manera discursiva por medio de la simulación de la locura de Erdosain, del falso asesinato de Barsut y la pretención de formar una sociedad secreta. Por lo tanto, la resistencia se genera mediante el plan revolucionario como discurso
construido y refutado constantemente, ya que visibiliza los mecanismos del Estado desde la relación entre crimen y locura y, a su vez, la posibilidad de un nuevo sistema. Como propone Ricardo Piglia en «La teoría del complot, «el plan revolucionario funciona como un discurso político que se produce desde los márgenes del sistema.» (2015: 265), lo cual permite la construcción discursiva de una nueva realidad por medio de la revolución como forma de resistencia. De esta manera, los discursos que justifican tanto el crimen como la revolución se
convierten en espacios de transgresión, ya que buscan subvertir los marcos de referencia representados en el texto. Así, el discurso del Astrólogo acerca de la
sociedad secreta muestra la manera en la que el plan revolucionario, constituido desde el complot, desestabiliza las normas establecidas por los sistemas de poder.»el poder de esta sociedad no derivará de lo que los socios quieran dar, sino de lo que producirán los prostíbulos anexos a cada célula». Este es el aspecto comercial. Los prostíbulos producirán ingresos como para mantener las crecientes ramificaciones de la sociedad.»
En este sentido, el plan revolucionario modifica el sistema de trabajo por medio de los prostíbulos, lo cual, a su vez, replantea el funcionamiento del matrimonio como sistema de poder, dado que la mujer pasa de ser quien recibe el dinero del hombre a ser quien provee de ganancias a la sociedad secreta.
Además, los personajes reconocen que, si bien el nuevo sistema de poder que pretenden instaurar no es inocente, están inmersos en una sociedad perversa:¿Y a usted le resulta lógico pensar que una sociedad revolucionaria se base en la explotación del vicio de la mujer?
El Rufián frunció los labios. Luego, mirando de reojo a Erdosain, se explicó: Lo que usted dice no tiene sentido. La sociedad actual se basa en la explotación del hombre, de la mujer y del niño. Vaya, si quiere tener…

[…] Los Siete Locos: El carácter monstruoso como transgresión — By Aldana Muñoz […]
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