Con la taza de manzanilla en la mano, sentada en el sillón dormida se quedó, había guardado la cena que no probó. Apenas amaneció abrió los ojos, era clara la ausencia, revisó el celular, le llamó de nuevo, ese buzón indicando fuera del área de servicio. Traía puesta la ropa del día anterior, decició entrar a la ducha rápido, bebería un café y saldría a buscarle. Media hora después vertía el llíquido aromático y concentrado en un termo metálico, comió un plátano, recordó que había cenado, tomó unas galletas las guardó en el bolso. Llamó a su asistente, le solicitó se preparara para abrir la librería por si acaso se tardaba. Encendió el automóvil apenas lo sacó del estacionamiento apenas avanzó unos metros y se apagó, se bajó dispuesta a abrir el cofre. Pasó el prometido de la morena quien hacía su caminata antes de ir a la oficina, al verle se acercó, sabía que rara vez manejaba, preguntó si todo estaba bien. Ella le explicó que su amado arquitecto no había regresado de viaje, además no respondía, iría a buscarle a la carretera. Entonces él llamó a su prometida para avisar él la llevaría en la camioneta que tenía. Cerró el coche y fueron a buscar el vehiculo a la oficina, estaba muy angustiada.
Se encontraron a la dueña de la cafetería quien ofreció su apoyo también, cuando estaban en la camioneta a punto de salir a la carretera. El sol ya brillaba con fuerza, sonó el celular de la bibliotecaria, un número desconicido, respondió con cautela. Era la voz de su amado, quien explicaba se le poncharon las dos llantas de la moto, el celular no le servía. Como ángel bajado del cielo, la dueña de la posada donde se había hospedado pasó en su camioneta y lo vio, le llevaría hasta allá. Ella suspiró al escucharle bien sintió que le regresaba el alma, su amigo, le miró sonriendo, eso ameritaba un desayuno. Regresaron y fueron a la cafetería, llamó a su morena para que les alcanzara.
Al ver que se disponían a desayunar se sintió aliviada, mientras les servía café se sentó con ellos. Mencionando que quizás si a él no se le ponchan las dos llantas no se habría quedado ahí sano y salvo. Acababa de escuchar en las noticias sobre un derrumbe en la carretera, el cual ya estaban reparando, afortunadamente sin heridos. Se libró de eso y el automóvil de ella no quería moverse, claramente no debía salir sola. Todo se acomodaba, rescatado por la dueña de la posada, esas angelicales situaciones de las cuales habría que agradecer. Entonces apareció la gentil mesera con tres jugos de naranja con zanahoria, tortillas fracesas con queso, espinacas, tostadas, mantequilla y mermeladas. Al tiempo llegaba la morena, feliz de saber que todo estaba en orden. Le pidieron que se quedara con ellos a acompañarles. Una delicia cada bocado, anunciaban su boda en la terraza del hotel, les tenía fascinados.
La dueña del acogedor hotel donde estuvo hospedado no paraba de hablar, le palticó la historia de su posada, lo había construido su difunto marido. Aprovechó para contarle la verdad sobre las tres mujeres peculiares, el que fue dueño de la casa era un buen hombre, muy alegre. Tenía muchas novias, siempre generoso y gentil, solía ir a comer a la cafetería del lugar. Una noche de fiesta en la playa se sintió mal, las tres damas estaban bailando y coqueteando con él, quien había bebido de más. Le llevaron a su casa y lo cuidaron, al día siguiente le prepararon un remedio, desde ese momento era difícil que se separaran. Él las sacó de trabajar en las calles, solía decir que eran sus tres amores, se turnaban para quedarse a dormir con su novio. Quizás a los ojos de los demás esa no era una relación sana, o normal, pero les cambió la vida a los cuatro. La interpretación de la felicidad es algo personal. Agregó que había hecho bien en venderles la casa a las tres señoras, el arquitecto se quedó callado, sorprendido, aunque ahora entendía el comportamiento de ellas.
Agradeció a la gentil señora la confianza de palticarle, era afortunado que pasara por ahí. Cuando encontraron que realizaban reparaciones adelante, tan solo podía pasar un coche a la vez, era claro que hubo un derrumbe. Ese había sido su ángel guardián las ponchaduras le salvaron, suspiró aliviado, se miraron. El destino estaba trazado, continuaron conversando.
La bibliotecaria después de la tercera taza de café, habló con sus asistente, ella llevaría los bizcochos para las clientas. Quiso pagar la cuenta no se lo permitieron el pro,etido y la morena. Se despidió agradecida, la dueña de la cafetería le hizo un encargo de un libro especial en decoración de pasteles de boda. Justo ese día recibía algunas novedades, se abrazaron. Quizás comerían ahí con ella.
Abría la puerta de la librería al ver a su colaboradora, se sintió más tranquila. Mientras acomodaban los libros, los bizcochos y las tazas. conversaban sobre todas las cosas que sucedieron en unas horas. Llegaron las clientas del club de lectura, parecía que las ventas se incrementarían esa mañana. De pronto, apareció su vecino de la peletería, con la sonrisa más grande una caja con un obsequio para su amiga. La cena había resultado más romántica de lo esperado, era una señora muy apasionada, estaba en las nubes. No le podía platicar más, ya tenía novia eso lo hacía muy feliz. Dentro de la caja un brazalete forrado de piel justo le hacía juego a unos pendientes que tenía. Era su heroína, tuvo buen ojo en presentarles, chocaron las palmas de las manos. Ella le platicó sobre su arquitecto, el peletero le pidió que contara con su apoyo cuando necesitara cualquier cosa. Cada uno continuó con sus actividades del día.
Durante el viaje la señora le ofreció una manzana, barra de cereal y jugo que llevaba, no quiso detenerse, ansiaba llegar a casa. Apenas entraron al pueblo, el celular ya tenía batería, llamó a su amada, era la hora de la comida invitó a la gentil mujer a comer una buena pasta con bolas de carne en la cafetería. Entraron al acogedor café, dos minutos después estaba ahí la bibliotecaria, él de pie se abrazaron fuerte, se besaron con mucho amor. Parecía que se había asusentado por largo tiempo, la presentó como su novia, (ellos sentados uno al lado del otro) disfrutaron de la comida. La gentil mujer debía irse, estaba a una hora de camino de su destino. Regresaría a conocer el pueblo y vistar la librería, él no dejaba de hablar de su brillante amada y la magia de esos libros.
Fueron a la librería cerraría más temprano, en breve terminó el corte, cerraron y fueron al departamento. Tenian ganas de sumergirse en un baño de burbujas, quería entregarle los obsequios que le traía. Al entrar él pidió primero darse una ducha, se sentía incómodo, estubo sentado en la tierra, todavía tenía ropa limpia en la maleta. Mientras él se bañaba ella preparó una jarra de té helado con rodajas de limón.
Antes de que saliera, ella solo vestía encajes negros con el brazalete de piel y los pendientes en juego, se colocó el antifaz en el rostro. Sentada en el pequeño sillón que tenía en su habitación, tenía las piernas cruzadas, zapatillas. Cuando lo vio salir con la toalla en la cintura mojado, le advirtió que antes de sumergirse en la bañera, debía quitarle el estrés de encima. Su virilidad reaccionó de inmediato, se acercó a ella la tomó de las manos, hizo que se levantara, la giró al tomarle de la cintura. Frente al espejo, comenzó por rozar sus brazos, subía y bajaba, delizó los listones de los hombros. Ambas manos elogiaron la belleza de sus voluptuosos atributos, ella deseaba quitarle la toalla, no le dejó. Bajó recorriendo el abdomen, hasta internarse dentro del encaje, ella se arqueaba hacia atrás, no paró. Ella le hizo saber lo mucho que lo disfrutaba, después ella se giró, le empujo a la cama, arrancó la toalla, estaba tal como lo deseaba. Se le fue encima, le comió la boca, las manos de él desabrocharon el en caje superior. Ella le realizó una exploración minuciosa, se aprovechó de él, le rozaba con sus bondades, hasta que su amado no podía más, el diminuto pedazo de seda salió volando. Sin oponer resistencia lo rodeó con las piernas, caricias, sus bocas se buscaban, fusionados se entregaron todo. Se quedaron unos minutos abrazados, conversando, él se levantó a darle los caracoles, estrellas de mar, collar y detalles.
Entonces decidieron entrar en el agua caliente con burbujas, le palticaba con detalle todo lo que había encontrado en aquella casa. Le platicó de las tres mujeres, quienes con descaro le hacían prouestas. Ya sabía sobre el oficio de aquellas señoras, quienes insistieron que dejara todo como estaba. Sacó muchas fotografías de la cantidad de juguetes del placer que había dentro de unas vitrinas, le fue mostrando las imágenes. Entre risas y algunos besos, salieron de la bañera, con las pijamas, fueron a la cocina a preparar una infusión, para acompañar con un bizcocho.
Ella le platicó que presentó a su vecino con una de sus clientas, viuda también, le ayudó a planear su cena romántica. Parecía que habían hecho algo más que cenar a la luz de las velas. Cuando regresaron a la habitación mientras él se lavaba los dientes, ella necesitaba hacerle una confesión…
Sentada en un tapete, desclaza, con una taza de café expreso triple. Velas encendidas por toda la sala a favor del planeta, un mundo bañado de paz, en total armonía. El cómodo sofá color crudo con cojines en tonos turquesa, motivos marinos, algunos corales sobre unas repisas. Sobre la mesa tarta de queso con limón, suave textura que se deshace en la boca, café helado o insusión a tu elección. El difusor inunda el ambiente con una mezcla de naranjas y toronjas frescas, relajante, la temperatura es cálida. Mientras escucho a Toto Cutugno – Buona Notte – una voz muy varonil. Agradezco tu gentil presencia al blog.
Respira profundo. Inhala calma y exhala paz…







Fotografías de Elvira González.
Derechos reservados conforme a la ley/ Copyright/ Blog principal/ https://hassentidoque.wordpress.com
Muchas gracias Aldana por el honor de publicar mi escrito a tu blog…
Sin más palabras por tu gran apoyo.
Un abrazo.
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Es un honor para mí, Elvira tu participación. Te abrazo desde aquí.
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Muchas gracias Aldana.
Otro abrazo desde acá
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[…] Casa móvil y el derrumbe…— By Elvira González. […]
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re-publicado en el lateral de Masticadores.com
Saludos Juan
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Genio, Crivello.
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