Reconocía donde se encontraba. Estaba en el interior de la casa abandonada que había en su barrio. Hilos de luz se escurrían por las diversas grietas de los tablones que tapiaban la única ventana de la estancia, difuminado así la oscuridad que la rodeaba. A través de tal resquicio pudo ver la casa de enfrente, la de su mejor amiga. En un comedor bien iluminado podía verla cenando con sus padres. Atada y amordazada, lágrimas desesperadas le empezaron a bañar su rostro. Confiaba que después de cenar el padre de su amiga recapacitara y, la dejase en libertad.