Lo tenían en la fábrica guardado en una caja de cartón, ya preparado para ser usado, no había que ensamblar piezas ni programarlo. Lo había comprado una familia formada por un matrimonio, Elsa y David, que tenían dos hijos algo desabridos, Anabel y Esteban.
Llego el día del transporte de la caja del robot al domicilio de sus nuevos dueños. Los anteriores lo dañaron y tuvo que ser reparado.
Les explicaron las pocas instrucciones de funcionamiento del robot humanoide. Se encendía con el botón ON, se apagaba presionando el botón OFF, que estaban situados en la espalda del robot. La ranura de carga estaba en el brazo derecho.
—Cuando no se use conviene apagarlo para ahorrar batería y evitar que la inteligencia artificial del cuasi-cerebro se sature— dijo el técnico.
Cuando Elsa y David lo vieron fuera de la caja se sorprendieron por su parecido con un ser humano. Cuando estuvieron a solas quisieron probar el robot. Presionaron el botón ON y le dieron algunas órdenes. El robot humanoide primero se presentó.
—Hola familia, soy RobotR-D25, pero podéis llamarme Ro. Soy el robot humanoide más avanzado del mercado. Dispongo de varias inteligencias artificiales para controlar mi cuerpo y mi cuasicerebro.
—¿Puedes llegar a ser peligroso?—preguntó David.
—Tenemos una ley por la que no podemos dañar a ningún ser humano. Esto viene de las tres leyes de la robótica de Isaac Asimov, aunque posteriormente fueron modificadas para no caer en paradojas:
Primera Ley:
Un robot no dañará un ser humano, ni por inacción permitirá que un ser humano sufra daño.
Segunda Ley:
Un robot debe cumplir las órdenes dadas por los seres humanos, a excepción de aquellas que entren en conflicto con la primera ley.
Tercera Ley:
Un robot debe proteger su propia existencia en la medida en que esta protección no entre en conflicto con la primera o con la segunda ley.
—Interesante, ya nos dejas más tranquilos. Nosotros somos Elsa y David. Ya conocerás a nuestros hijos, Anabel y Esteban, son algo rebeldes.
—Soy experto en niños rebeldes, es cuestión de jugar con ellos y ayudarle a hacer los deberes.
—Te vamos a pedir que realices tu primera tarea—dijo Elsa. Vas a lavar las sartenes de la cocina y meter los platos y cubiertos en el lavavajillas. Lo pones en funcionamiento y cuando finalice los colocas en su sito.
—Es fácil, espero no equivocarme.
Ro hizo la tarea tal y como habían dicho y el matrimonio estaba de lo más satisfecho.
Luego llegaron de la escuela los niños. No eran partidarios de la compra del robot, porque temían que sus padres lo fueran a usar de sustituto; que ya no jugarían con ellos ni les prestarían atención. Así, teniendo en cuenta que el robot no sufre, cogieron un hacha del cobertizo y le arrancaron la cabeza a Ro, el cual emitió un quejido de falta de cuasi-consciencia, rodando la cabeza por el suelo. Todavía podía ver y “sentir”.
Los padres castigaron a sus hijos a no salir en todo el día de su cuarto. Pero, finalmente, lo devolvieron a la fábrica. Otro robot que tendrá que ser reparado.
