Le llamó la atención su forma de andar, ágil como una bailarina. La contempló desde la terraza de una cafetería al lado del mercado ambulante que con su bullicio, y olores a verdura fresca daban vida una vez por semana al barrio. El pelo canoso de ella relucía como un manto de plata, sus arrugas delataban la experiencia que mostraba tener. Pequeña de cuerpo pero de movimientos gráciles como una gacela que le hipnotizaban. Se movía entre la multitud como corriente de agua. Su mirada disimulada reflejaba el cielo en sus ojos. Sus manos finas, serpenteantes, eran como aguijones letales que rubricaba con una sonrisa para quien la miraba. Deseaba conocerla. Pago el café y se levantó. Camino hacia la multitud, dejando su cartera a la vista.