DE SÚBITO by Fran Arge

Brazos flácidos y caídos sobre sus piernas como los de una marioneta. La cabeza inclinada hacia adelante como un muñeco de trapo. Maite no tuvo duda que aquella chica de pelo castaño y delgada como un maniquí estaba muerta. Sus más de quince años de enfermera se lo certificaban.

A Maite, le gustaba pasar cada tarde un rato en el parque, justo cuando los niños salían del colegio. Se colocaba en uno de los bancos que una arboleda cobijaba con sus ramas, alejada de la zona infantil para tener intimidad. Entonces, su corazón le sonreía y su pena se trasformaba en suave algodón, al contemplar como los pequeños jugaban en el terral o bajaban por el tobogán haciendo estallar sus sonrisas, que acompañaban con sus andares torpes como patos, y la actitud valiente e inocente de un cachorro. 

El cuerpo de la chica seguía inamovible, a dos bancos de distancia, ignorado por los transeúntes y los padres que solo estaban pendientes por sus hijos o sus celulares.

Esa chica le había llamado la atención al llegar al parque, ya que había ocupado el banco que ella siempre elegia para sentarse, el primero de la hilera, el mismo que ella y su pequeño solían compartir al salir de la guardería. Incluso, envidió sus ojos brillantes al verla hacer mimos al bebe que llevaba en el capazo del cochecito. Otra vez, en apenas unos segundos, la vida lo había cambiado todo de forma súbita.

De pronto, un sobresalto la sorprendió acelerando su respiración. Se llevó la mano al pecho con un intento vano de calmar las pulsaciones desbocadas. Que hacía inmóvil. Tenía que reaccionar. Como enfermera podía y debía prestar auxilio. Un bebé la necesitaba.

Mayte se levantó y se acercó con paso decidido. Al llegar junto a la chica se detuvo, la observo sin esperanza. También al bebe que dormía en el capazo. Agarró la muñeca de la chica. Sin respuesta. Con dulce cuidado, devolvió la mano de nuevo sobre la pierna. Se inclinó hacia él bebe. Entornó unos ojos brillantes contenido en lágrimas. Una sonrisa con los labios pegados ilumino su rostro al rozar con su dedo aquella piel suave como la lana. Una corriente eléctrica la impulsó a meter las manos y agarrar al bebe para cobijarlo en sus brazos. El calor de la criatura que seguía abrazada al sueño, hizo sentir a Mayte un cosquilleo olvidado. Ya no escuchaba el ruido divertido de los niños y ni que una mujer sin vida estaba a su lado. Dejó al niño de nuevo en el del capazo y, con ojos solo para él, se marchó paseando con el cochecito como en el pasado había hecho con su difunto hijo.

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