(Nos costó encontrarnos) no nos soltemos by Araceli Pizarro

En conmemoración al estallido social en Chile llevado a cabo el 18 de Octubre del 2019, en el cual el pueblo chileno ardió en descontento en una serie de manifestaciones a lo largo del país, acusando un sistema abusivo el cual rige en nuestro país desde los tiempos de dictadura, Araceli Pizarro nos trae este cuento sobre una velada reflexiva sobre lo sucedido ese año.

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Un par de veces en el metro camino a la universidad sufrí crisis de ansiedad; pecho apretado, respiración cortada, ganas de gritar. Las razones eran varias, en verdad, le temía a llegar tarde, a los gestos de mis compañeras, a ponerme a llorar en medio de la clase, a que me preguntaran sobre un texto que no alcancé a leer y otros rollos más largos que empezaban por un cambio de tono que tuvo alguien en el 2015 y terminaba conmigo queriendo devolverme a la casa para tomarme todas las pastillas que tenía en el velador. En el espacio reducido del vagón, con aire irrespirable, el mundo se me hizo muchas veces demasiado grande. 

Y me daba miedo.

Sentir miedo al andar en metro no era algo nuevo para mí. Era incierto siempre. Me llevaba a partes que no quería. Pero desde que estamos intentando vivir esta nueva vida que subirse al tren es ruidoso, oscuro y erróneo. Es un miedo distinto, que viene desde un lugar que ni siquiera puedo nombrar. Diría impotencia, pero suena tonto. La rutina de subirse al metro, con todo lo que eso conllevaba antes, estaba rota. Apretaba el pecho y daba escalofríos pero también culpa porque nadie podía pararlo. Seguíamos nomás, intentando que esta otra realidad funcione. Cargábamos el pase, mirábamos por la ventana, pasábamos en silencio o comentando lo bacanes que se veían algunas estaciones graffiteadas pero estaba Baquedano. Todos sabíamos de Baqueano. Y que nos torturarían los testimonios, las imágenes y lo no dicho. Sobre todo lo no dicho. 

Era extraño. Tener conciencia y seguir. El otro día escribí en mi diario que esto se sentía como caminar constantemente frente a un espejo. Teníamos acceso a dos planos; una realidad idéntica, calcada a la nuestra pero de mentira. Había dos versiones de todo. A un mes de que el presidente decidiera matarnos porque unas cabras chicas saltaron unos torniquetes, estábamos divididos en dos. Intentando unirnos. Nos despertábamos en la mañana sabiendo que hubo gente que quemaron en los supermercados pero teníamos también que ir a comprar mercadería, mi mamá tenía que ir a trabajar, mi papá se pegaba en Netflix y mis amigas iban a clases o a sus prácticas. Tipo tres o cuatro agarrábamos el sartén, la cuchara de palo, el agüita con bicarbonato, los pañuelos y las banderas y partíamos para la actual Plaza de la Dignidad o Metro Protectora de la Infancia. Ahí nos enojábamos y gritábamos. Le pedíamos a la tierra la renuncia del nuevo tirano, esperando que alguien escuchara. Pero en la noche, cuando el toque de queda pasó, podíamos ir a comprar completos a la esquina para tomar once, culear antes de dormir, no pescar el celular hasta el otro día. 

Porque había pasado un mes desde que estallamos pero nos estaban conteniendo de a poco, sin darnos cuenta; intentaban recoger nuestros pedacitos y nosotros nos dejábamos también un poco. Hacernos los tontos nos ayudaba a no volvernos locos. 

Pero existían momentos en que esos dos planos chocaban y no importaba cuanta normalidad quisiéramos forzarle. No creía que algún día pudiéramos recuperarnos de eso y aprender a lidiar. Le bajé el volumen a la música para poder escuchar al conductor anunciar la siguiente parada. En poco pasaría por Estación Baquedano. Subí de nuevo la canción. Miré la pantalla del celular sin ver realmente. Tenía notificaciones y colores. Me desconecté para no pensar. Pero en esos segundos que no podían ser más de sesenta, Baquedano traía de vuelta el 1973. 

La Antonia dudó harto sobre hacer su cumpleaños o no. En realidad, todos opinamos. Queríamos vernos pero nos sentíamos culpables. ¿Cómo podía pensar una en pasarla bien si había familias que perdieron seres queridos, madres sin sus hijas, niños sin sus padres? Pero nos necesitábamos, dijo alguien un día. No me acordaba quién. La Natalia, parece. El cumpleaños no iba a detener el perdigón del paco maldito, ni nos iba a quitar las pesadillas.

Salí del ascensor y sonreí porque se escuchaba música en el departamento de mi amiga: Sol y Lluvia. El tiempo fue otro y recordé el colegio. Por esos años pensábamos que estábamos conmemorando, haciendo un bien. Nunca más, decíamos. Nos legaron estas canciones para que nunca más lo permitamos. Chile no volverá a pasar por esos horrores. Y aquí estábamos, seis años después, agradeciendo una noche libre de milicos en la calle, disfrutando del privilegio de volver a reunirnos. Mezclando dos planos. Así estamos siempre. El espejo y su reflejo.

Le mandé un WhatsApp a la Antonia para avisarle que iba caminando para el departamento al final del pasillo. No pasaron ni dos minutos cuando la puerta se abrió y se asomaron tres cabezas sonrientes: la Antonia, el Nacho y la Mari. La música se escuchó más fuerte y sentí como cosquillas en el pecho. Era una reunión distinta. Pero buena. Sí, estaba bien haber venido. No sentía culpa. Era cierto que nos necesitábamos. 

Una pared en plaza de Puente decía “Nos costó encontrarnos, no nos soltemos”. Eso era.

No recordaba cuántos vasos de piscola me había tomado pero sí sabía que eran los suficientes como para sentir los dedos livianitos y todas las voces mucho más fuertes. El balcón del departamento que arrendaba la Antonia daba para la Alameda, se podía ver la Torre Entel y la azotea del edificio de al frente que siempre tenía personajes que nos hacían reír con conceptos de carrete que no entendíamos. Una vez llegaron a tocar instrumentos unas personas vestidas como monjes.

Era pasada la una de la madrugada y la fiesta ya había cumplido varias etapas. Una vez que llegaron los nueve de los diez invitados restantes (la Paula no pudo venir porque la u la tenía colapsada) le cantamos cumpleaños feliz a la Anto, jugamos a la pirámide, bailamos, nos pegamos unos shots de tequila, bailamos de nuevo, dimos discursos en honor a la cumpleañera con palabras arrastradas y vasos en mano. Hablamos sobre nuestra amistad. Recuerdos que venían desde el colegio y atravesaban vacaciones, paseos, bandas, peinados, pololeos, universidad, rupturas y aprendizajes. Esos testimonios cargados de sentimiento e historia nos llevaron a armar grupitos para seguir la conversación. Era gracioso porque a ratos era como si todos estuviéramos dando el mismo monólogo. Palabras como: Piñera, milicos, barricadas, culiáos, pacos, saqueo, dictadura, torturas, perdigones, mujeres, dignidad, pensiones, revolución, armaban un solo hilo temático. Y es que todo eso éramos y solo de esto podíamos hablar.

— ¿Cachan en la que nos fuimos? —preguntó la Fernanda, bajándole a la música de repente—estamos en el cumpleaños de la Anto, básicamente celebrando que está viva y contando las veces en las que nosotros pensamos que no estaríamos más. En el 2019 po, hueón.

Nos quedamos en silencio y nos miramos las caras como en las películas, pero con menos nitidez. 

La muerte era algo que todos considerábamos en nuestro día a día. La muerte es algo en lo que yo pienso a diario cada vez que no puedo ir a terapia. Pero es distinto ese paso hoy. Morir hoy significa abuso e injusticia y la certeza de que tu crimen va a quedar solo registrado como número y nada va a cambiar. Morir hoy significa que probablemente te detuvieron y te torturaron antes. Que no pudiste dormir tranquila, niña inocente. Que tus familiares van a tener que escuchar que “algo andabas haciendo” y que “no eras una blanca paloma”. 

No me había detenido a pensar en ese miedo porque en las manifestaciones todo es fuerza.

—La Paula está embarazada, cabros—habló el Nacho.

Alguien apagó la música. O yo sentí que se apagaba y solo se escuchaba ruido afuera. El silencio se extendió. Era más solemne. Ya no estábamos todos ensimismados en nuestros miedos internos, estaban todos desparramados por el piso del living de la Anto. La Paula embarazada. La Paula embarazada. La Paula embarazada. Este cumpleaños se estaba volviendo cada vez más significativo. Quería llorar, abrazar al Nacho, hablarle a la Paula. Quería que alguien dijera algo y empezara a limpiar los miedos porque no era justo que el Nacho los viera. 

—Por eso faltó—siguió él—tiene poquito sí. Aún no sabe qué hacer. Queríamos contarles una vez que lo tuviera claro pero me acordé del miedo. Unos días antes de que la Paula se hiciera el test fui a marchar con unos compañeros de la u pal Costanera. Creo que fue la primera manifestación que subió. No llevábamos ni cinco minutos en el mall cuando llegaron los pacos y nos taparon en lacris. Salimos corriendo con los cabros. La calle esa es chica. Tenía cualquier miedo de que me agarraran. No caché cómo pero unas enfermeras y doctores que estaban en el patio nos metieron al hospital que está ahí. Y los culiáos tiraron bombas hacia dentro. Hacia el hospital. Fue pal pico. Estábamos todos agitados, llamando a nuestros amigos y reagrupándose de nuevo. Uno de los loquitos que trabajaba nos empezó a hacer señas y nos dijo que no nos preocupáramos, que estábamos seguros adentro, pero que no metiéramos bulla porque estábamos al lado de maternidad. Yo quedé mal. No dije nada ahí pero lo único que hacía era pensar en esas mamás, a punto de parir, escuchando gritos y gente correr y pacos y bombas. No sé. A los días después la Paula me cuenta que salió positivo. Y yo con eso en la mente todavía. Me gustaría tener un hijo. Un hijo con ella, en verdad. Pero ¿se puede ahora? ¿Deberíamos?

—¿Qué ha dicho la Paula?—quise saber.

—No sabe tampoco. Aún siente que puede decidir ¿cachai? De verdad tiene como tres semanas y tenemos plata y mano pa las miso. 

—Aborten, entonces—dijo la Fernanda, segura—no lo tengan. Chile se va a acabar y si quieren armar familia que sea en otro momento. En otro lado. No cuando no saben si vai a volver a la casa bien o con un ojo menos.

—Ya, pero imagínate tener un hijo salido de la revuelta—habló el Pipe—y le pone Matapacos.

Nos empezamos a reír de a gotitas. Con vergüenza. Carcajadas miedosas pero firmes y entre esas risas y chuchadas mirábamos al Pipe y al Nacho y no sabíamos qué decir, pero agradecíamos estar así en un momento en el que probablemente todos queríamos ser reemplazados por mejores versiones de nosotros. Personas que pudieran calmar los miedos del Nacho, personas que supieran decirle a la Paula qué hacer. Darles una verdad para este momento donde cotidianidad y revolución chocaban.

Y podrían pensar en lo difícil que es ponerse en el lugar, pero lo cierto es que desde el 18 de octubre, para algunos, la empatía es más fácil. El otro está más cerca y éramos capaces de sentir mucho más. 

Volví a mirar estos nueve rostros, estas nueve vidas diferentes que me han acompañado desde el colegio cuando todo estaba mal y pensé nuevamente en esa muralla rallada en Puente. Nos costó encontrarnos y no nos íbamos a soltar. Estábamos en medio de todo juntos. Si teníamos que hacer una vaca para el Misoprostol de la Paula o para el copete del Baby Shower íbamos a estar. No importaba que no le diéramos soluciones esta noche, que no tuviéramos consejos, porque hoy, como estamos, nadie sabía muy bien que hacer. 

Estábamos todos luchando con estos dos planos de vida y nadie lo estaba haciendo mejor que otro. Lo único real y certero estaba en la calle, cuando golpeábamos un sartén y nos ardía la cara por las lacrimógenas. El resto iba a ir de a poco. 

La Anto se paró y anunció que iba a abrir sus regalos.

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